miércoles, 22 de agosto de 2007

Vengo de Gilleleje, de pasar unos días campestres cerca del mar y lejos del bullicio de Copenhague. He estado absorto en mis pensamientos, mientras contemplaba cómo rompían las olas en la playa. Es curioso la sensación de eternidad, o más bien de intemporalidad, que me producía. ¡Qué diferente puede ser la vivencia del tiempo! Me acuerdo cuando en algunas ocasiones dejaba reposar mi cabeza en sus senos; era como si se detuviera el reloj, y una paz inundaba mi atormentada alma. Sin embargo, inmediatamente me sobrecogía el sentimiento de culpa de saber que esa cándida niña, con su inocencia, me empujaba cada vez más a tomar la decisión definitiva de romper el compromiso. La angustia y la desesperación me despertaban del limbo en el que estaba, de la ensoñación que podía ser un hombre normal.
Los recuerdos, como el movimiento de las olas, oradan mi mente; pero la sed de espíritu me aleja cada vez más de la orilla, a alta mar, donde se encuentra mi destino.
Hasta mañana ratoncita.

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