lunes, 29 de octubre de 2007

Ha llegado a mis oídos que el marido de Regina ha sido nombrado Gobernador de las Indias Occidentales Danesas. Pronto embarcarán y estoy seguro que ya no la veré más. Siento como un cosquilleo en el estómago cada vez que lo pienso. Pero aunque cruce todo un océano y se ausente en la lejanía, la separación no existe cuando se lleva a alguien en el corazón. Ni siquiera la muerte hará caer en el olvido nuestros nombres.
¿Seguirá queriéndome, aunque sea un poco? ¿Guardará en sus recuerdos, como preciado tesoro, nuestros primeros encuentros y los furtivos besos? ¡Qué más da! ¡Tengo a mi Jesús!
Sin embargo, me gustaría al menos escribirle una carta.
¿O quizás no?

sábado, 13 de octubre de 2007

Hoy he intentado evitarla después de la salida de la iglesia. Sin embargo, me cruzé con ella en la calle y, sin yo esperarlo, se dirigió a mí con: "¡que Dios te bendiga!". Yo me limité a saludarla cortésmente con el sombrero. ¿Habrá comprendido mi comportamiento? ¿Entiende toda la lucha que llevo a cabo, contra el mundo y contra mí mismo? ¿Por qué me suena como una despedida? Presiento algo desagradable y solo espero lo inesperado. Al menos, ¡hay alguien que me desea algo bueno!

lunes, 8 de octubre de 2007

Existía una vez un hombre tan desesperado por su amor, que por pura desesperación no podía ni decirle cuánto le atormentaba dejarla. Pero él sabía que no podía continuar en esa situación, y mucho menos seguir ofendiendo a Dios, haciendo como si no pasara nada. Además, ya había comprometido su palabra y esto le punzaba hondamente en su corazón. Se daba tanta lástima, que intentaba huir de cualquier mirada para que nadie pudiera descubrir su gran secreto. ¿Cómo le diría que la dejaría?; ¿cómo abandonarla sin hacerle ningún daño?; ¿cómo explicárselo todo?; ¿cómo vivir entonces sin ella?
Existía una vez un hombre que cuando creyó haber perdido su amor, lo recuperó con más pasión todavía. Pero mientras más pasión más angustia le provocaba, porque la posibilidad misma de poseerla o de perderla le atemorizaba. Y sin embargo, la quería profundamente. Algo tan absurdo como la fe, sin la que no habría esperanza alguna de estar con ella.
¡Pero a quién le puede interesar lo que escriba! ¡Quién podrá consolarle!


domingo, 7 de octubre de 2007

No hay nada que me produzca ahora más recogimiento y sosiego interior que contemplar el vuelo de los gansos de Valby en una puesta de sol. La paz de ese paisaje me resulta indescriptiblemente bella. Mi espíritu se eleva cada vez más, como queriendo volver a su hogar, con el crepúsculo. Se me aparece como un ara en el que me dispongo a inmolar toda mi existencia, y lo que más quiero, en pago de mis ofensas. Sé que no falta mucho para mi muerte. Aunque, en cierta forma, ya he muerto. He muerto para el mundo y he muerto para ella. Incluso para mi mismo, porque ya no soy el que era ni el que seré. ¡Dios mio, cuánto aún más he de vivir, cuánto más he de sufrir! Pero, ¡qué bella, con todo, es mi vida! Si no fuera por el amor de Dios, y a Jesús, nada tendría sentido. Sin fe, ¿qué sería de mi y de este mundo?
Ninguna filosofía podría explicar lo que me pasa (a duras penas lo entiendo yo). Ninguna filosofía, ningún sistema, puede comprender la existencia, mi existencia; y, por tanto, la muerte. Si queremos comprenderlas, no queda más remedio que tener fe; porque sin fe, no puede haber verdadera contemplación ni acción. La verdad que siempre busca la filosofía, justamente es inalcanzable para la razón; pero no para el escrutinio de los ojos de quien tiene fe. Así pues, abre tu corazón, no tu mente; solo de este modo podemos acercarnos al misterio mismo.
La filosofía vive del asombro; la fe, de la esperanza; la libertad, de la angustia; y el pecado de la desesperación. Pero el individuo singular vive por el espíritu y de la soledad. Ninguno de esos conceptos se pueden entender al margen de la existencia de ese individuo singular, que es al que en realidad le importa su significado.