domingo, 11 de noviembre de 2007

Kierkegaard, amigo mío, no quiero inútilmente abatirme ni caer en el elogio fácil, porque sé que te encuentras allí donde siempre habías deseado de forma ardiente, y ya todo sobra. Lo dice un individuo singular a quien atrajiste como tal, de nuevo, hacia la fe cristiana. A ti, pues, debo en gran parte mi conversión. Pero ¡qué sería de nosotros sin ese verdadero maestro que fue, y es, Jesús! A Él es a quien le debemos nuestro amor, a quien hay que imitar y seguir, como tú muy bien demandaste.
Valga esta fecha, tan señalada para tu existencia temporal en este mundo, como recortario de que pese a la fugacidad de nuestra vida, no debemos desesperarnos, sino al contrario, vivir con la esperanza en la bienaventuranza eterna, alabando a nuestro Señor y su infinita misericordia.
Paz y felicidad amigo Kierkegaard
José García Martín

viernes, 2 de noviembre de 2007

No hay pasado sin presente, como tampoco futuro. La aparente paradoja del tiempo consiste en que, a pesar de su fugacidad, posee un sentido eterno. Por eso precisamente es tan efímero.
Nuestra conciencia infinita, ese anhelo de perennidad, convierte cada instante de mi existencia en una interminable búsqueda, y a nosotros en viajeros que nunca sabremos cuál va a ser la última parada.
El hombre, en su presente, se debate constantemente entre lo que ya no es y lo que puede ser; entre la nostalgia del tiempo perdido, y la ilusión del porvenir; entre la desesperación y la esperanza, cual Juno bifronte.

lunes, 29 de octubre de 2007

Ha llegado a mis oídos que el marido de Regina ha sido nombrado Gobernador de las Indias Occidentales Danesas. Pronto embarcarán y estoy seguro que ya no la veré más. Siento como un cosquilleo en el estómago cada vez que lo pienso. Pero aunque cruce todo un océano y se ausente en la lejanía, la separación no existe cuando se lleva a alguien en el corazón. Ni siquiera la muerte hará caer en el olvido nuestros nombres.
¿Seguirá queriéndome, aunque sea un poco? ¿Guardará en sus recuerdos, como preciado tesoro, nuestros primeros encuentros y los furtivos besos? ¡Qué más da! ¡Tengo a mi Jesús!
Sin embargo, me gustaría al menos escribirle una carta.
¿O quizás no?

sábado, 13 de octubre de 2007

Hoy he intentado evitarla después de la salida de la iglesia. Sin embargo, me cruzé con ella en la calle y, sin yo esperarlo, se dirigió a mí con: "¡que Dios te bendiga!". Yo me limité a saludarla cortésmente con el sombrero. ¿Habrá comprendido mi comportamiento? ¿Entiende toda la lucha que llevo a cabo, contra el mundo y contra mí mismo? ¿Por qué me suena como una despedida? Presiento algo desagradable y solo espero lo inesperado. Al menos, ¡hay alguien que me desea algo bueno!

lunes, 8 de octubre de 2007

Existía una vez un hombre tan desesperado por su amor, que por pura desesperación no podía ni decirle cuánto le atormentaba dejarla. Pero él sabía que no podía continuar en esa situación, y mucho menos seguir ofendiendo a Dios, haciendo como si no pasara nada. Además, ya había comprometido su palabra y esto le punzaba hondamente en su corazón. Se daba tanta lástima, que intentaba huir de cualquier mirada para que nadie pudiera descubrir su gran secreto. ¿Cómo le diría que la dejaría?; ¿cómo abandonarla sin hacerle ningún daño?; ¿cómo explicárselo todo?; ¿cómo vivir entonces sin ella?
Existía una vez un hombre que cuando creyó haber perdido su amor, lo recuperó con más pasión todavía. Pero mientras más pasión más angustia le provocaba, porque la posibilidad misma de poseerla o de perderla le atemorizaba. Y sin embargo, la quería profundamente. Algo tan absurdo como la fe, sin la que no habría esperanza alguna de estar con ella.
¡Pero a quién le puede interesar lo que escriba! ¡Quién podrá consolarle!


domingo, 7 de octubre de 2007

No hay nada que me produzca ahora más recogimiento y sosiego interior que contemplar el vuelo de los gansos de Valby en una puesta de sol. La paz de ese paisaje me resulta indescriptiblemente bella. Mi espíritu se eleva cada vez más, como queriendo volver a su hogar, con el crepúsculo. Se me aparece como un ara en el que me dispongo a inmolar toda mi existencia, y lo que más quiero, en pago de mis ofensas. Sé que no falta mucho para mi muerte. Aunque, en cierta forma, ya he muerto. He muerto para el mundo y he muerto para ella. Incluso para mi mismo, porque ya no soy el que era ni el que seré. ¡Dios mio, cuánto aún más he de vivir, cuánto más he de sufrir! Pero, ¡qué bella, con todo, es mi vida! Si no fuera por el amor de Dios, y a Jesús, nada tendría sentido. Sin fe, ¿qué sería de mi y de este mundo?
Ninguna filosofía podría explicar lo que me pasa (a duras penas lo entiendo yo). Ninguna filosofía, ningún sistema, puede comprender la existencia, mi existencia; y, por tanto, la muerte. Si queremos comprenderlas, no queda más remedio que tener fe; porque sin fe, no puede haber verdadera contemplación ni acción. La verdad que siempre busca la filosofía, justamente es inalcanzable para la razón; pero no para el escrutinio de los ojos de quien tiene fe. Así pues, abre tu corazón, no tu mente; solo de este modo podemos acercarnos al misterio mismo.
La filosofía vive del asombro; la fe, de la esperanza; la libertad, de la angustia; y el pecado de la desesperación. Pero el individuo singular vive por el espíritu y de la soledad. Ninguno de esos conceptos se pueden entender al margen de la existencia de ese individuo singular, que es al que en realidad le importa su significado.

sábado, 29 de septiembre de 2007

Toda la filosofía moderna surgió de un malentendido y una deshonestidad. Un malentendido, porque lo que era estricta y esencialmente personal (Descartes), se generalizó y se convirtió en un principio y reflexión universal; justo lo contrario que en la filosofía antigua. En segundo lugar, porque se comete una "petitio principii", esto es, se supone lo que se quiere demostrar: su famoso "cogito"; Descartes presupone, entonces, ontológicamente lo que demuestra gnoseológicamente. Y surge, además, de una deshonestidad, porque a pesar de su actitud radical, Descartes no es capaz de llevar su duda hasta las últimas consecuencias. Duda que no pasa de ser teórica, pero no práctica y existencial; es como querer a la vez bañarse y guardar la ropa. En definitiva, una duda que no es duda. Y no hablemos de su "Deus ex machine", cohartada y pretexto para salvar la existencia del mundo, muy alejado del Dios de Abraham, Isaac y Jacob.
Por otro lado, con la filosofía moderna se plantea el problema del comienzo absoluto de la filosofía. Dicho comienzo es un imposible, porque al menos se presupone aquel precisamente que se plantea tal comienzo: en definitiva, su propia existencia como individuo singular. De este modo, Descartes no comienza con su duda metódica, sino con aquello que es su condición misma. Cómo debe ser entendida tal proposición ("la filosofía moderna comienza con la duda"), ya lo ha hecho J. Climacus en su De omnibus dubitandum est. Lo realmente importante es cómo uno puede relacionarse con dicha proposición. La cuestión no es nada baladí. Porque al final parece que toda filosofía, para ser legítima, debe comenzar con la duda; algo que se demuestra falso, puesto que se habla de filosofía antigua para diferenciarla de la moderna. Si el comienzo de toda filosofía fuera como la de la moderna, esto es, la duda, entonces no sería simplemente un calificativo histórico. Significaría algo más de lo que significa en realidad. La conclusión obvia es que o bien estamos hablando de distintos tipos de filosofías, lo cual implica que esta no posee ningún contenido esencial, o bien que la filosofía moderna no es tal filosofía, sino una receta de cocina a la que se le ha cambiado los ingredientes principales para que cada cual la digiera a su gusto.

martes, 18 de septiembre de 2007

¡Ah, cómo era mi padre! No había nadie que pudiera competir con él dialécticamente. Hacía de la conversación un arte difícil de superar, rebatiendo los razonamientos del contrario con la misma facilidad con que me hacía imaginar, con todo lujo de detalles, un paseo por las calles de Copenhague. Toda esa fantasía desplegada con los pseudónimos le debe mucho a ese viejo listo comerciante, que jugaba con sus interlocutores desconcertándolos por completo; esta actividad paternal me impresionó hondamente cuando de niño, a escondidas, contemplaba sus tertulias en nuestra casa familiar de Nytorv.
Ahora yace bajo tierra, pero no su tremenda melancolía religiosa ni su imaginación que como herencia, igual que su fortuna, me ha dejado. Gracias a eso, y a mi imprudente amada, me he convertido en lo que soy: un escritor y un poeta del cristianismo. ¡Cuánto daría ahora por tener a ambos conmigo! Sin embargo, Dios así lo ha querido. Solo Él sabe cómo he sufrido, y sufro aún; pero debo llevar mi cruz hasta el final. Cuando todo haya pasado, cuando ya no pueda dar mis paseos, cuando repiquen las campanas en Vor Frau Kirke, entonces mi espíritu descansará y mis penas se convertirán en un gozo eterno.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Mis padres
Como en cualquier matrimonio, siempre uno de los dos progenitores es el que más influye y determina en la educación y el carácter de los hijos; en mi caso ha sido el padre. El papel de mi madre, aunque aparentemente insignificante, tuvo su importancia. Su carácter tranquilo, servicial y cariñoso en extremo (aunque poco cultivada), junto con su saber estar sin que se note, supuso un contrapeso armónico al carácter de mi padre, en exceso riguroso, nervioso y melancólico. ¡Cuánto la recuerdo ahora, prácticamente desamparado en este mundo! Siendo niño siempre me escondía tras ella cuando mi padre me regañaba, o cuando los otros niños se burlaban de mí. En definitiva, las relaciones con mi madre podrían considerarse como un remanso de paz frente a la atormentada personalidad de mi padre. Por eso, siempre la llevaré en mi corazón de manera secreta y silenciosa.
Con mi padre siempre fueron unas relaciones difíciles, pero a la vez extrañamente cómplices, en las que de manera inconsciente aunque fatal, puso sobre mis espaldas su melancolía y el sentimiento de culpa por algún secreto inconfesable. Es algo monstruoso descargar sobre un niño tal peso. Pero en realidad nunca lo fui; nací ya viejo y nunca disfruté en verdad de mi niñez. Era el benjamín de la familia y el preferido por todos, en especial por mi padre. Ser el niño débil y frágil de su vejez supuso tanto un mimo como una exigencia exagerados. ¡Doy gracias a Dios porque ningún ser humano me debe su vida!

lunes, 3 de septiembre de 2007

¿Cuál sería la respuesta a la gran pregunta de mi ruptura del compromiso matrimonial con ella, mi dulce Regina?
No es algo simple de responder, o más bien de explicar -mucho menos a ella. La razón última estaría en mi relación con Dios. Pero para entender el final hay que empezar por el principio. Cuando la conocí apenas era una niña pizpireta y jovial; de porte noble, maneras lozanas y cabellos de atractivos rizos. Recuerdo que la pretendía su actual marido, Frederik. Pero yo me sentí sin remedio alguno inmediatamente atraído por ella; además, me espoleaba en aquella época mi orgullo de seductor donjuaniano. Claro que pronto advertí que no podía asumir de forma seria una relación puramente estética. En definitiva, para mí era un reto -más tarde comprendí que más bien era una prueba- al que no podía renunciar. A pesar de mis dudas, di el paso hacia el compromiso, para resolver éticamente lo que no podía tener una salida estética. Sin embargo, me arrepentí al poco tiempo también. No quería darme cuenta de todo aquello que pudorosa y celosamente ocultaba: la relación con mi padre; mis extravíos, deseos y excesos; mi melancolía y mis ansias de padecer. En pocas palabras, mi vida interior era inconmensurable con respecto al mundo exterior, y al brillo que en él buscaba ella. Fue solo más tarde, conforme crecía mi interioridad desbordante, cuando se me reveló la verdad: debía sacrificar mi relación con Regina como un castigo que me imponía Dios. De esa manera, esperaba que mi fe salvaría la relación de forma absurda. No obstante, no sé en realidad si no tendría que haber roto con ella si hubiera tenido fe en mi vida junto a ella. En todo caso, al igual que en Abraham, debía guardar un silencio incomprensible que a pesar de todo expresé con mis pseudónimos. Porque se trataba de algo "privatissimum", no "publici iuris". Ahora ya solo deseo poder estar con ella en el Cielo y charlar eternamente con mi Jesús.

jueves, 30 de agosto de 2007

Dios es el Absoluto. La relación con Dios, pues, es la relación con lo absoluto. De aquí se deduce tres ideas importantes: 1) que Dios es la absoluta Alteridad, el totalmente Otro, por completo heterogéneo; 2) el deber con Dios es un deber absoluto; 3) la relación con Dios no puede ser más que absoluta.
El problema que surge inmediatamente es el de cómo es posible entonces cualquier relación con Él, por un lado; y explicar cómo es posible cualquier otro deber frente al deber absoluto con Dios, por el otro. Porque Dios exige nuestra entrega incondicional; sin embargo, a la vez el amor al prójimo como a nosotros mismos. En este sentido, el amor ya es de por sí trascendente, y el nexo que no solo nos auto-relaciona con nosotros mismos, sino también con los demás y Dios. El amor, pues, salva la infinita distancia. Pero el amor personaliza, por lo que la relación es, además, personal, con los demás y con un Dios personal que nos trata amorosamente. ¡Oh Padre mío, que nos dignificastes con tu amor, que te revelaste providencialmente, y que con ilimitada misericordia siempre esperas nuestro arrepentimiento!
Por otro lado, cualquier otro deber que no sea el de Dios queda como suspendido y supeditado, pero no negado. Entonces Dios es el fin absoluto, respecto al cual todo lo demás se convierte en relativo. En el caso de que lo general -lo ético universal- entrara en conflicto con este fin o deber absoluto, sería una prueba o tentación; algo que requeriría de la fe y de la paradoja, porque racionalmente no se puede entender. Es más, la ética misma representa la tentación para aquel individuo singular, caballero de la fe, que incomprensiblemente sigue el mandato de Dios -como Abraham. ¡Quién pudiera tener el coraje de esa fe! ¡Quién no quisiera tener esa comunicación privilegiada con Dios! Y sin embargo, cuánto temor y temblor, cuánto vértigo me produce siquiera imaginarlo.

martes, 28 de agosto de 2007

No hay pasión más grande que la fe; y no hay existencia más apasionada que la del que tiene fe. La existencia, mi existencia, es fe y pasión.
Pero, ¿qué es la "fe"? La fe ya la definió Johannes de Silentio en Temor y temblor como esa paradoja según la cual el individuo está por encima de lo general. La "paradoja" es una categoría del entendimiento según la cual éste debe comprender que no puede comprenderlo todo racionalmente; o expresado con otras palabras, la paradoja surge en el mismo momento en el que el entendimiento se comprende a sí mismo limitado. Pues bien, la fe se encuentra más allá de los límites racionales, pero no por ello deja de ser "comprensible", precisamente como absurdo. Lo absurdo, el sin-sentido racional, se convierte así en objeto de especulación; pero como un concepto negativo para la razón lógica. Por ello es preciso dar ese salto cualitativo hacia la esfera religiosa, hacia esa otra dimensión, si es que se quiere ver dicha realidad en positivo. Si no fuera de este modo, estaríamos abocados continuamente -como Sísifo- a entender nuestra vida, mi vida, como una empresa inútil y una pena divina; esto es, negativamente.
Por otro lado, si el individuo (bien entendido como singular) se encuentra por encima de lo general; si posee un carácter excepcional y único, lo ético general -la eticidad- solamente se puede mantener suspendida de un fin superior: la fe -la religiosidad. A este respecto, lo ético se constituye como una puerta a lo religioso, pero nunca como una estancia donde quedarse de forma definitiva. De todas maneras, eticidad y religiosidad tienen en común una concepción seria y responsable de la existencia, frente a la estética, fútil y vana.
Lo más importante es mi relación con Dios. Todo lo demás es secundario. Por eso, cualquier cosa que haga, o no haga, debe interpretarse desde esa premisa. ¡Amar a Dios sobre todas las cosas! Pero, ¿qué significa Dios en nuestras vidas? Casi nada -por no decir nada.
Mi existencia, mi historia personal misma, no es más que un trasunto imperfecto en manos de la Providencia, cuyo perfil último desconozco. Sin embargo, Dios con su infinita sabiduría sabrá sacar el mejor partido de mí; a Él me entrego con total confianza y rezo para que mi sacrificio sirva al cristianismo. Yo lo único que he deseado es hacer algo bueno por Dios. Y mi relación con ella ya solamente puede ser desde la idealidad cristiana y la eternidad. Así que no me importa incluso compartirla, porque para el espíritu el único celo es por el amor de Dios; todo lo mundano y temporal nada significa en parangón con ese amor.

domingo, 26 de agosto de 2007

Abraham es grande por su fe en Dios, realizando ese movimiento hacia ella en un doble sentido: a) hacia el monte Moira; b) hacia lo absurdo, d. v. s., más allá de la razón y de la ética. Su viaje interior, su relación con Dios, confidencial e incomunicable, puede parecer incomprensible, pero necesario para conocer el otro exterior. Abraham sería un monstruo y un potencial asesino ante los ojos de los hombres, a no ser que se le entendiera desde la fe y la excepcionalidad. Su silencio y recogimiento fue una condición inexcusable, pero por todo ello algo que no puede explicarse racionalmente. ¡Y después vienen esos perros hegelianos sistemáticos a confundirnos con su "todo lo real es racional y todo lo racional es real"! Ni siquiera pueden explicar su existencia, y quieren "lógicamente" deducir la realidad entera.

viernes, 24 de agosto de 2007

Hoy en día ¿a quíén le interesa en verdad el cristianismo?; ¿quién siente temor y temblor ante Dios?; ¿quién pretende llevar a su vida la palabra del Evangelio?; ¿quién sufre y es perseguido por Jesucristo?
La verdad, ¿quién se pregunta, en el sentido profundo, por ella ("quid veritas?")? La verdad es vida, existencia en el espíritu, el camino de la teoría a la praxis asumida responsablemente por amor a Dios y al prójimo. La esencia de la verdad es el amor puro: por amor Dios lo creó todo, y por amor entregó a Jesús, su único hijo, para salvarnos del pecado resucitándolo de entre los muertos. No hay amor más grande que este. Si Dios lo hizo todo por amor, nosotros también deberíamos hacerlo. Como Agustín, "ama y haz lo que quieras". Pero, ¡es tan difícil amar de verdad, en verdad! Y sin embargo, todos hemos sido creados dotados para amar y ser amados libremente: ¿por qué, entonces, renunciamos a ese don y a Dios entregándonos al desvarío, a la concupiscencia, al odio y a la oscuridad?

jueves, 23 de agosto de 2007


Este día es especial. Se trata de una celebración que no puedo olvidar. Y quisiera, por ello, escribir unos versos:

El cielo tiene astros, pero ninguno
como las pupilas de tus ojos.

La flor tiene pétalos, pero ninguno
como tus labios de rosa.

La mar mece las olas, pero no
como el aire tus cabellos de seda.

¿Dónde estás corazón,
tan lejos de mi?
Porque mi razón desespera,
y mi alma llora.

¡Dios mio, cómo la añoro!


miércoles, 22 de agosto de 2007

Vengo de Gilleleje, de pasar unos días campestres cerca del mar y lejos del bullicio de Copenhague. He estado absorto en mis pensamientos, mientras contemplaba cómo rompían las olas en la playa. Es curioso la sensación de eternidad, o más bien de intemporalidad, que me producía. ¡Qué diferente puede ser la vivencia del tiempo! Me acuerdo cuando en algunas ocasiones dejaba reposar mi cabeza en sus senos; era como si se detuviera el reloj, y una paz inundaba mi atormentada alma. Sin embargo, inmediatamente me sobrecogía el sentimiento de culpa de saber que esa cándida niña, con su inocencia, me empujaba cada vez más a tomar la decisión definitiva de romper el compromiso. La angustia y la desesperación me despertaban del limbo en el que estaba, de la ensoñación que podía ser un hombre normal.
Los recuerdos, como el movimiento de las olas, oradan mi mente; pero la sed de espíritu me aleja cada vez más de la orilla, a alta mar, donde se encuentra mi destino.
Hasta mañana ratoncita.

martes, 21 de agosto de 2007

Humanamente hablando, no puedo ser feliz. Sin embargo, no hay dicha más grande que servir a Dios. Si he roto con ella, es para salvarme y pagar una vieja deuda de mi padre. Pero ¡cuánto la quiero! No hay nada en este mundo que no daría por acariciar su juvenil piel; o escuchar su dulce voz susurrándome -ingenuamente- que me quiere; o jugar amorosamente al escondite en Frederiksberg. Ha sido un precio muy elevado, pero la gloria de Dios así lo exige. Mi historia, mi existencia, la hará inmortal ante los ojos de los hombres; nunca moriremos del todo, y siempre permanecerá en la memoria de la humanidad -como en el caso de Abraham- este sacrificio, porque Dios me la devolverá. ¡Te amo R., te amo Dios!

lunes, 20 de agosto de 2007

Hoy comienzo mi Diario. Desde ahora la noche será mi confidente y la soledad mi compañera. ¡Dios mio, cómo me has atrapado y aislado! Nadie me comprende en realidad. Lo peor es que he tenido que renunciar a mi amada; a aquella sin la cual no hubiera llegado a ser lo que soy: un penitente y un escritor.