No hay pasión más grande que la fe; y no hay existencia más apasionada que la del que tiene fe. La existencia, mi existencia, es fe y pasión.
Pero, ¿qué es la "fe"? La fe ya la definió Johannes de Silentio en Temor y temblor como esa paradoja según la cual el individuo está por encima de lo general. La "paradoja" es una categoría del entendimiento según la cual éste debe comprender que no puede comprenderlo todo racionalmente; o expresado con otras palabras, la paradoja surge en el mismo momento en el que el entendimiento se comprende a sí mismo limitado. Pues bien, la fe se encuentra más allá de los límites racionales, pero no por ello deja de ser "comprensible", precisamente como absurdo. Lo absurdo, el sin-sentido racional, se convierte así en objeto de especulación; pero como un concepto negativo para la razón lógica. Por ello es preciso dar ese salto cualitativo hacia la esfera religiosa, hacia esa otra dimensión, si es que se quiere ver dicha realidad en positivo. Si no fuera de este modo, estaríamos abocados continuamente -como Sísifo- a entender nuestra vida, mi vida, como una empresa inútil y una pena divina; esto es, negativamente.
Por otro lado, si el individuo (bien entendido como singular) se encuentra por encima de lo general; si posee un carácter excepcional y único, lo ético general -la eticidad- solamente se puede mantener suspendida de un fin superior: la fe -la religiosidad. A este respecto, lo ético se constituye como una puerta a lo religioso, pero nunca como una estancia donde quedarse de forma definitiva. De todas maneras, eticidad y religiosidad tienen en común una concepción seria y responsable de la existencia, frente a la estética, fútil y vana.
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