domingo, 5 de julio de 2009

Comunicación y método en el Temor y Temblor de Johannes de Silentio (y II)

El silencio de Abraham no fue ni un silencio estético ni ético, sino religioso. Tampoco fue ningún héroe trágico, sino un hombre de fe que antepuso el amor y la obediencia incondicional a Dios a cualquier otra cosa de este mundo. O expresado con otras palabras, porque se relacionó de forma absoluta con lo absoluto.
En el caso de Abraham, el acento no hay que ponerlo en que, en efecto, calla; sino en el hecho de que no puede hablar. Es más, la prueba, la tentación, se encuentra en que hable, en lo general, en la ética. Abraham no puede hablar porque si lo hace estará perdido. Su silencio se debe a que por un lado, no puede ser comprendido, y por otro a que desobedecería a Dios. De todo lo cual resulta que se encuentra en una absoluta soledad; esto es, se encuentra a solas, pero a solas con Dios. ¡Cuánta angustia y desazón! ¡Saber lo que sabes, amar como amas, y no poderlo decir!
Así pues, ¿qué significa el silencio de Abraham? Significa amor, mucho amor, pero también angustia, incomprensión y soledad (como en mi caso también). El silencio de Abraham significa el silencio de un individuo singular, excepcional, que habló con su comportamiento comunicando su fe en Dios, aunque fuera algo absurdo. Por eso, comprender a Abraham significa comprender a la vez la paradoja. Comprender que obrar por fe es renunciar a todo lo mundano permaneciendo fiel al amor de Dios, gracias a lo cual se recuperará todo con creces de nuevo; como así lo deseo con respecto a Regina.
Me he referido al silencio de Abraham y de lo que significa. Pero, ¿cuál es el silencio de Johannes de Silentio? ¿Qué se calla? O más bien, ¿qué es lo que no puede decir? ¿Johannes de Silentio es Johannes de Silentio por lo que dice, o por lo que calla?
A veces hay que juzgar a las personas más por lo que callan que por lo que dicen. El silencio también comunica; podemos hablar de la elocuencia del silencio, en la medida en que este es significativo. Por eso, el silencio puede que oculte algo, pero también revela. La fe pertenecería a nuestra intimidad y oculta interioridad, sobre la que no se habla pero que se manifiesta y comunica ¿Cómo? Con las obras del amor.Lo que hablaría sería nuestro comportamiento, nuestro corazón, más allá de lo estrictamente racional y lógico. O dicho más brevemente: lo que se debe hacer patente en nosotros es el Espíritu de Dios mismo.
La fe no se puede explicar racionalmente, ni se demuestra. Solo cabe “mostrarla” apasionadamente, con pasión, en mi existencia. La fe y Dios se ocultan a la razón y a los sabios, pero se revela en el amor. En definitiva, ante la fe se debe callar la razón y hablar la existencia; la de cada uno de nosotros como individuos singulares.
¡Cuánta congoja y angustia debió pasar Abraham! Precisamente por eso no ha habido nadie tan grande como él en la fe, si exceptuamos a Jesucristo.
Concluyendo, el contenido del mensaje de la comunicación existencial expuesto por Johannes de Silentio es doblemente dialéctico:
1. No hay nada superior a la fe y al amor a (y de) Dios.
2. Me resigno a perder mundanalmente a Regina y a sacrificar mis relaciones con ella. Pero precisamente porque la ama tanto que no puedo decirle por qué lo hago, ni puedo renunciar a su amor y, por tanto, a que mi fe la conserve y la salve.
¡Te amo, mi niña!

viernes, 3 de julio de 2009

Comunicación y método en el Temor y Temblor de Johannes de Silentio (I)

La comunicación indirecta representada por este pseudónimo, lo indirecto, se encuentra justo en lo que oculta, en lo que quiere decir. Pero lo difícil es hablar donde se tiene que callar, es comunicar directamente lo que no se puede. De ahí el “de Silentio” del apellido del pseudónimo. Hay quien es grande por lo que hace, otros por lo que dicen, pero más grande es aquél por lo que calla.
Si quisiéramos resumir el contenido de la mencionada obra pseudónima, bastaría la siguiente frase: ¿qué es la fe? Para ello, Johannes trata las siguientes cuestiones: a) La colisión dialéctica y el doble movimiento de la fe: resignación y absurdo; b) La fe como fin supremo y deber absoluto para con Dios: la singularidad de Abraham, padre de la fe; y c) La fe como la paradoja de la relación absoluta con lo absoluto: el silencio de Abraham.
Sin embargo, la fe no es asunto de especulación teórica ni mucho menos. La fe es vivencia íntima incomunicable y pasión. Toda la obra habla no solo de qué es la fe, sino también de que no se puede ir más allá de ella (en contra de la filosofía hegeliana). Superar la fe es imposible, porque no hay nada más por encima de ella. Los límites de la fe son los límites de la pasión humana, pero no de la razón humana. Y ¿cuáles son? La paradoja y el absurdo.
la paradoja no es un mero concepto que establece el entendimiento para comprender la existencia, sino una manera de ser que se manifiesta en la vida de aquel que como espíritu se relaciona con la verdad. El choque, la colisión es inevitable en términos subjetivos y racionales. Por eso, Johannes de Silentio no se cansa de afirmar que no puede entender a Abraham; solo puede admirarlo con la boca abierta y estupefacto. Comprender a Abraham significa creer en virtud del absurdo. Comprender a Abraham significa comprender su angustia y su desazón ante el mandato divino.
En definitiva, la fe es un movimiento dialéctico, un doble movimiento que no puede realizar por completo Johannes: a) el de la resignación infinita; b) el del absurdo. Frente al caballero de la resignación infinita se encuentra el caballero de la fe que sí es capaz de arrojarse al absurdo contra lo racional, como Don Quijote contra los molinos de viento. Gracias a la fe no hay nada imposible. Por la resignación infinita se renuncia a todas las cosas temporales, pero por la fe se vuelven a recobrar.

martes, 11 de noviembre de 2008

Una fecha un tanto especial

Hoy se cumple el 153 aniversario de la muerte de S. A. Kierkegaard; por tanto, una fecha significativa que el editor de este sitio Web quiere recordar. Pero, por otro lado, coincide con uno de los días más felices, si no el más feliz para el editor, ya que es la fecha del cumpleaños de mi hija mayor, Cora Graciela, a la que desde aquí quiero felicitar y desearle un muy dichoso día.
¡Muchos besos, hija! ¡Y recordemos también todos a Kierkegaard!
El Editor

lunes, 20 de octubre de 2008

¿Qué es la angustia? (y III)

La clave para entender todo esto está en el papel que juega el espíritu en la síntesis; de hecho, la angustia es una categoría del hombre como espíritu. Pues bien, el espíritu es una determinación antropológica que nos hace ser “individuos singulares”, únicos e irrepetibles, a la vez que nos aísla y nos pone frente a todos los demás y frente a Dios. La cuestión es que el hombre en cuanto mera síntesis, no es espíritu todavía; para que lo sea, la síntesis se debe relacionar consigo misma; o mejor, si se relaciona consigo misma es porque el hombre es espíritu. Sin embargo, el espíritu con relación a la síntesis no hay que entenderlo a la manera hegeliana, como el tercer momento de un proceso dialéctico por medio del cual se superaran y reconciliaran los elementos discordantes de la síntesis (interpretación a la que puede prestarse según el ambiente hegelianamente asfixiante); de hecho, el espíritu jamás puede superar del todo las contradicciones internas de la misma síntesis. Aunque el espíritu constituya la relación implícita en la síntesis y, por tanto, en cierto modo establece una armonía en los elementos entre sí, no obstante, cuando aparece el espíritu introduce una discordancia, una hostilidad que quiebra la síntesis. El espíritu, pues, es a la vez un poder amigo y hostil. La consecuencia lógica de lo que acabo de decir es que en el momento que el hombre como espíritu se relaciona consigo mismo surge la angustia; porque la síntesis no está garantizada y el hombre debe optar (elegir). El espíritu no puede renunciar a constituir la síntesis, pero tampoco puede imponer ni ratificar ninguna armonía, ninguna paz y reposo.
Lo que ocurrió en aquel estado primitivo de inocencia, es que el hombre ignoraba el poder de su libertad. La prohibición divina de comer del árbol del bien y del mal, provocó en Adán y Eva el deseo de saber. Con ello, su ignorancia se convierte en angustia desde el instante en el que la prohibición despertó «la posibilidad de la libertad». Es la pura posibilidad la que hizo surgir la angustia de no entender la prohibición y, por tanto, la necesidad de experimentar el poder de la libertad. Al dar ese “salto” en el vacío la inocencia se perdió, y se perdió por “nada”.
Pero lo que era nada se convierte ahora en algo: en culpabilidad y pecado. Lo que sucedió después es la historia humana y personal de cada uno. Una vez dado dicho salto, el hombre no pudo retroceder, sino que la posibilidad de la libertad le fue llevando de un lado a otro, de un posible a otro posible, y lo que era en principio una simple predisposición se asienta como una realidad. Es como cuando se suelta o se dispara un resorte que no parase de rebotar: ese muelle que siempre nos impulsa sigue siendo la angustia, la angustia de la nada. Por eso, además, el hombre no es capaz de escaparse con sus solas fuerzas de la condena del pecado y necesita de la gracia divina. La redención, en ese sentido, resulta ineludible; porque sin ella, sin la esperanza que nos ofrece Jesús (el camino, la verdad y la vida), sin la fe, ¿quién podría salvarse? Pero sin la angustia, ¿quién lo sabría? ¿Qué mayor vértigo puede tener ante sí la libertad humana que la del abismo de su condenación o salvación eterna? ¿Qué mayor soledad que la de saberse el hombre único frente a la tentación, el pecado, la muerte, pero además frente a un Dios amoroso y misericordioso?

domingo, 19 de octubre de 2008

¿Qué es la angustia? (II)

Hablar de angustia significa hablar de la tentación y el pecado. Como nos recuerda Vigilius Haufniensis en El concepto de la angustia, ésta es una determinación intermedia con relación a la tentación.
Esto quiere decir que si tiene un papel de intermediación, debe haber unos polos, elementos o extremos interrelacionados por la mediación de la angustia. Así pues, la dialéctica de la angustia involucra una estructura necesaria, cuyos elementos son la tentación y la posibilidad, el pecado y la gracia, la condena y la salvación. Por eso, la angustia se presenta siempre de forma inexorable, tanto en un polo como en el otro. No es que la angustia acompañe solo al elemento negativo, sino que sin ella ni siquiera sería posible la salvación. En definitiva, la angustia representa un poder inmenso y terrible.
Ese poder se acentúa con la nada de la posibilidad. Lo posible en cuanto posible, la posibilidad misma de la libertad en su inconcreción, no es nada; y esa nada es justo lo que tienta. Pero si es así, no es nada, es algo; y ese algo, ¿qué es? La inocencia.
Si hablamos de inocencia es gracias al pecado, ¿cómo pensar, entonces, en ese estado anterior a la pecaminosidad? En este estado el espíritu está como soñando. Y ¿qué sueña? Se sueña a sí mismo. El espíritu como tal todavía no ha aparecido. Es decir, el espíritu está como ausente porque la síntesis (entre lo anímico y lo corpóreo) aún no se ha puesto. O lo que es lo mismo: la relación simple o inmediata entre los elementos que componen la síntesis no ha llegado a ser reflexiva y, por tanto, no se relaciona consigo misma. En el estado de inocencia existe una continuidad directa o una solución de continuidad entre esa doble naturaleza que compone al ser humano: lo material y lo inmaterial; pero también entre el hombre y el mundo o naturaleza, entre el hombre y Dios.
Justo esa armonía, esa paz y reposo, se rompió con el Pecado original de nuestros primeros padres. Este no fue simplemente el primer pecado, sino que por él entró la pecaminosidad en el mundo y en la naturaleza humana; y con ella, la corrupción y la degradación. Ahora bien, tal caída aconteció porque ya en dicho estado de inocencia se encontraba al acecho, escondida entre sus pliegues, la angustia misma: la angustia por nada. ¿Cómo es posible? Aquí nos topamos con el misterio mismo.
El espíritu (o yo) del hombre soñando no distingue el sueño de la realidad; de tal manera que se sueña en su soñar como real, pero no es nada. Esto es, la posibilidad real del espíritu está dormida (suspendida) y la inocencia consiste en que no se ha dado cuenta de ello. El espíritu, en verdad, aún no está actuando, no se está manifestando; por eso el espíritu no tiene más realidad que ese su soñar su realidad, es decir, su nada. Y precisamente esta nada es la que tienta, es la que angustia. ¿Por qué? Porque, a pesar de todo, hasta la misma nada tiene ser, quiere ser; aunque desaparezca cada vez que lo pretenda. Este es el gran poder de la nada: la angustia de no ser, de no ser real y, con todo, atraer y cautivar. Algo que, por otro lado, atrae (no fue, pues, la serpiente la que sedujo y engañó a Eva, sino esta angustia) tanto como, del mismo modo, provoca rechazo. Aspecto que recoge Vigilius en esa “definición psicológica” de El concepto de la angustia cuando afirma: «La angustia es una antipatía simpatética y una simpatía antipatética». Con lo cual quiere subrayarse ese carácter ambiguo de la angustia.

sábado, 18 de octubre de 2008

¿Qué es la angustia? (I)

Fundamentalmente la angustia es ─como ya he afirmado─ una categoría del espíritu (así pues, humana, muy humana), del hombre como espíritu que, con seriedad, se enfrenta a la tentación; o si se quiere, a la posibilidad misma como tentación. Es más, en este sentido, la angustia aparece en cuanto surge la posibilidad, esto es, lo posible en cuanto posible. El quid de la cuestión reside justamente en el hecho de que lo posible se reconoce como tal y, por tanto, se hace a sí misma como posibilidad. Lo cual supone que lo posible es posible o no. Pero para ello, ¡debo suspenderme en el abismo de mis posibles y elegir la posibilidad misma! En breve: si todo es posible es porque nada (lo) es, de modo que al elegir algo, un posible, he elegido elegir y, por tanto, me he tenido que poner en el vacío de mi ser. Esto significa que la angustia posee un carácter ambiguo: lo mismo nos lleva al pecado que a la salvación; nos indica tanto el camino del bien como del mal. Justo esta ambigüedad, esta imprecisión es la que origina la angustia, la cual nunca se abandona y nos acompaña toda nuestra vida de generación en generación.
De manera romántica, se podría afirmar que la angustia es como la “vibración” del espíritu humano ante la llamada de la responsabilidad eterna. En suma, la angustia es la anticipación y la precipitación de la misma libertad del hombre que despierta del sueño de la inocencia. En este sentido, la angustia se refiere siempre a un estado, a una situación que tiene que ver, sin duda, con cierto tono o disposición vital. O expresado con otras palabras: la angustia pertenece a todo estado de ánimo, temple, sentimiento, emoción, ambiente humano que despierta al espíritu ante la posibilidad de la libertad. Como tal, la angustia vive en la interioridad más íntima del ser humano conformándolo en una individualidad consciente y solitaria; en un alguien que temblorosamente se posiciona frente a sí mismo y a Dios. De nada sirve estar rodeado de mucha gente, de amigos o establecer relaciones familiares ¿Quién no se ha sentido absolutamente solo en medio de la impersonal masa y angustiado? Sin embargo, a no ser por ello no nos daríamos cuenta de nuestra propia heterogeneidad diferenciadora; o expresado de otra manera: sirve para llegar a ser un individuo singular, que es lo que en realidad somos.
La angustia es como un cruce en el interior de la persona entre la determinación natural o animal y la determinación espiritual. Por ello, podríamos considerarla también como el signo de nobleza de nuestro origen divino; como la marca que el Sumo Hacedor ha dejado en nuestra naturaleza, pero que nos recuerda además nuestra ofensa al mandato divino que nos exigía obediencia y confianza en su gracia.

sábado, 5 de julio de 2008

Min elskede

¿Cómo puedo explicarte lo que siento? ¿Cómo me siento? Cuando era un adolescente, aplicado y formal, no deseaba otra cosa que poseer el amor de una chica; no había nada más importante. Quería ser como cualquier otro chico de mi edad; quería poder salir y divertirme, estar de aquí para allá, ser como los demás. Pero siempre mi mundo interior, mi vida idealizada, chocaba con la realidad pura y dura. Vivir así es como andar con una pierna por un camino, y la otra por el otro. Quería escaparme de mi mismo, huir de mi mismo; en una palabra, me alimentaba de mi propia desesperación. Lo hubiera dado todo por conquistarla, por ser dueño de su corazón. Ningún otro deseo era más poderoso. Pero el propio deseo no se consumía, porque se nutría de sí mismo.
Me sabía completamente heterogéneo, era consciente, demasiado consciente; y eso me consolaba porque me agarraba a mi ego excepcional. Sin embargo, me odiaba por ello; me veía como un fracasado despechado y desilusionado con todo. Si ella no me quería, yo tampoco a mí mismo. Entonces comprendí que el mundo no estaba hecho para mí; es más, el mundo mismo no existía: solo existía yo. Con todo, no dejaba de soñar; y esos sueños le daban algún sentido a mi existencia. ¡Qué absurdo era todo! Y, sin embargo, qué estéril voluntad, qué inutilidad, qué estupidez maravillosa.
El corazón humano es extraño y desconocido. Crees estar seguro de tus sentimientos, y luego no es así. A veces los sentimientos son como sombras chinescas mutándose unas en otras. Lo que en un momento parece un animal, en otro es un objeto. Basta cambiar la estructura de las manos. En el fondo se trata de una simple ilusión. Pero el yo o la persona no puede transformarse sin perderse a sí mismo; mejor dicho, en la medida que se pierda podrá encontrarse. Si siento es porque soy; no soy porque siento. No obstante, yo no podía ver más allá de esas sombras; y a la vez las necesitaba imperiosamente porque eran “mi” realidad. Mientras duran crees que no existe nada más, pero basta la luz del pleno día para que se desvanezcan. La caverna de Platón es la expresión misma del corazón humano: nadie quiere salir pero todos anhelan conocer la verdad. Lo malo es cuando no puedes olvidar esa auténtica realidad, de modo que al final terminas por creer como verdad aquello que simplemente recuerdas pero no vives. ¿Qué pasaría si todo, incluyendo mi mismo yo, no fuera más que una ilusión? ¿En virtud de qué yo estaría hablando? ¿Del que soy en realidad o del que creo que soy? ¿O acaso del que quiero ser?
Constantemente me debato entre este mundo y el otro, entre mis sentimientos y mi razón, entre un yo y otro yo. Como los endemoniados, soy una legión que solo la fe puede salvar; lo cual significa precipitarme en el abismo más profundo.
Sueño con la vida que no tengo contigo y vivo desesperadamente sin ti. Sé que te marchas con él al Nuevo Mundo y ya no podré verte más. Te pido perdón por el daño que te he causado, pero ha sido por amor. El mismo amor con que te escribo estas sangrantes líneas y con el que me he convertido en un penitente incomprendido.
Jeg elsker dig for evigt.