Humanamente hablando, no puedo ser feliz. Sin embargo, no hay dicha más grande que servir a Dios. Si he roto con ella, es para salvarme y pagar una vieja deuda de mi padre. Pero ¡cuánto la quiero! No hay nada en este mundo que no daría por acariciar su juvenil piel; o escuchar su dulce voz susurrándome -ingenuamente- que me quiere; o jugar amorosamente al escondite en Frederiksberg. Ha sido un precio muy elevado, pero la gloria de Dios así lo exige. Mi historia, mi existencia, la hará inmortal ante los ojos de los hombres; nunca moriremos del todo, y siempre permanecerá en la memoria de la humanidad -como en el caso de Abraham- este sacrificio, porque Dios me la devolverá. ¡Te amo R., te amo Dios!
martes, 21 de agosto de 2007
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