Mis padres
Como en cualquier matrimonio, siempre uno de los dos progenitores es el que más influye y determina en la educación y el carácter de los hijos; en mi caso ha sido el padre. El papel de mi madre, aunque aparentemente insignificante, tuvo su importancia. Su carácter tranquilo, servicial y cariñoso en extremo (aunque poco cultivada), junto con su saber estar sin que se note, supuso un contrapeso armónico al carácter de mi padre, en exceso riguroso, nervioso y melancólico. ¡Cuánto la recuerdo ahora, prácticamente desamparado en este mundo! Siendo niño siempre me escondía tras ella cuando mi padre me regañaba, o cuando los otros niños se burlaban de mí. En definitiva, las relaciones con mi madre podrían considerarse como un remanso de paz frente a la atormentada personalidad de mi padre. Por eso, siempre la llevaré en mi corazón de manera secreta y silenciosa.
Con mi padre siempre fueron unas relaciones difíciles, pero a la vez extrañamente cómplices, en las que de manera inconsciente aunque fatal, puso sobre mis espaldas su melancolía y el sentimiento de culpa por algún secreto inconfesable. Es algo monstruoso descargar sobre un niño tal peso. Pero en realidad nunca lo fui; nací ya viejo y nunca disfruté en verdad de mi niñez. Era el benjamín de la familia y el preferido por todos, en especial por mi padre. Ser el niño débil y frágil de su vejez supuso tanto un mimo como una exigencia exagerados. ¡Doy gracias a Dios porque ningún ser humano me debe su vida!
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