Kierkegaard, amigo mío, no quiero inútilmente abatirme ni caer en el elogio fácil, porque sé que te encuentras allí donde siempre habías deseado de forma ardiente, y ya todo sobra. Lo dice un individuo singular a quien atrajiste como tal, de nuevo, hacia la fe cristiana. A ti, pues, debo en gran parte mi conversión. Pero ¡qué sería de nosotros sin ese verdadero maestro que fue, y es, Jesús! A Él es a quien le debemos nuestro amor, a quien hay que imitar y seguir, como tú muy bien demandaste.
Valga esta fecha, tan señalada para tu existencia temporal en este mundo, como recortario de que pese a la fugacidad de nuestra vida, no debemos desesperarnos, sino al contrario, vivir con la esperanza en la bienaventuranza eterna, alabando a nuestro Señor y su infinita misericordia.
Paz y felicidad amigo Kierkegaard
José García Martín
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