domingo, 19 de octubre de 2008

¿Qué es la angustia? (II)

Hablar de angustia significa hablar de la tentación y el pecado. Como nos recuerda Vigilius Haufniensis en El concepto de la angustia, ésta es una determinación intermedia con relación a la tentación.
Esto quiere decir que si tiene un papel de intermediación, debe haber unos polos, elementos o extremos interrelacionados por la mediación de la angustia. Así pues, la dialéctica de la angustia involucra una estructura necesaria, cuyos elementos son la tentación y la posibilidad, el pecado y la gracia, la condena y la salvación. Por eso, la angustia se presenta siempre de forma inexorable, tanto en un polo como en el otro. No es que la angustia acompañe solo al elemento negativo, sino que sin ella ni siquiera sería posible la salvación. En definitiva, la angustia representa un poder inmenso y terrible.
Ese poder se acentúa con la nada de la posibilidad. Lo posible en cuanto posible, la posibilidad misma de la libertad en su inconcreción, no es nada; y esa nada es justo lo que tienta. Pero si es así, no es nada, es algo; y ese algo, ¿qué es? La inocencia.
Si hablamos de inocencia es gracias al pecado, ¿cómo pensar, entonces, en ese estado anterior a la pecaminosidad? En este estado el espíritu está como soñando. Y ¿qué sueña? Se sueña a sí mismo. El espíritu como tal todavía no ha aparecido. Es decir, el espíritu está como ausente porque la síntesis (entre lo anímico y lo corpóreo) aún no se ha puesto. O lo que es lo mismo: la relación simple o inmediata entre los elementos que componen la síntesis no ha llegado a ser reflexiva y, por tanto, no se relaciona consigo misma. En el estado de inocencia existe una continuidad directa o una solución de continuidad entre esa doble naturaleza que compone al ser humano: lo material y lo inmaterial; pero también entre el hombre y el mundo o naturaleza, entre el hombre y Dios.
Justo esa armonía, esa paz y reposo, se rompió con el Pecado original de nuestros primeros padres. Este no fue simplemente el primer pecado, sino que por él entró la pecaminosidad en el mundo y en la naturaleza humana; y con ella, la corrupción y la degradación. Ahora bien, tal caída aconteció porque ya en dicho estado de inocencia se encontraba al acecho, escondida entre sus pliegues, la angustia misma: la angustia por nada. ¿Cómo es posible? Aquí nos topamos con el misterio mismo.
El espíritu (o yo) del hombre soñando no distingue el sueño de la realidad; de tal manera que se sueña en su soñar como real, pero no es nada. Esto es, la posibilidad real del espíritu está dormida (suspendida) y la inocencia consiste en que no se ha dado cuenta de ello. El espíritu, en verdad, aún no está actuando, no se está manifestando; por eso el espíritu no tiene más realidad que ese su soñar su realidad, es decir, su nada. Y precisamente esta nada es la que tienta, es la que angustia. ¿Por qué? Porque, a pesar de todo, hasta la misma nada tiene ser, quiere ser; aunque desaparezca cada vez que lo pretenda. Este es el gran poder de la nada: la angustia de no ser, de no ser real y, con todo, atraer y cautivar. Algo que, por otro lado, atrae (no fue, pues, la serpiente la que sedujo y engañó a Eva, sino esta angustia) tanto como, del mismo modo, provoca rechazo. Aspecto que recoge Vigilius en esa “definición psicológica” de El concepto de la angustia cuando afirma: «La angustia es una antipatía simpatética y una simpatía antipatética». Con lo cual quiere subrayarse ese carácter ambiguo de la angustia.

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